Como iba diciendo, los locales de aquella villa fantasma me invitaron a pasar al “bar” del pueblo, y digo “bar” porque aparte de no estar indicado en ningún sitio, no se parecía al bar típico de occidente. La entrada se componía de una serie de cortinas de plástico y alfombras para aislar de la humedad y el frio. En el interior las paredes estaban forradas de papel, la bandera de Azerbaiyán presidía la sala junto con la de Turquía y una gran chimenea calentaba el habitáculo aparte de usarla para hacer Çay. Ninguno hablaba inglés pero por sus caras podía intuir que estaban encantados de tenerme como invitado. Cada poco llegaba alguien nuevo al bar y es que era normal, era la novedad, todo el mundo estaba interesado en aquel gigante que viajaba en furgoneta roja con su perro. Aclaro lo de gigante, pues a pesar de medir 1,8m en esa villa en concreto eran todos muy bajitos y me hacían sentir como tal.
Intercambiamos algunas impresiones a través del ya conocido google translator, sin mucho éxito en la mayoría de ellas, pues con el azerí no funciona demasiado bien. Aun así me impactó el interés que tenían en saber cuál era el modelo de mi móvil y sus características (uno de 150€ por cierto). también les pregunté sí era usual ver turistas por esa zona. No sé si es que no entendían la palabra turistas, o realmente era el primer turista en visitar esa aldea.
Y es que considerarme el primer turista de esa aldea, no suena descabellado cuando observaba cómo me miraban y los niños no podían apartar la mirada de mi persona.
Después de estar compartiendo un buen rato con ellos, tocaba el momento de seguir mi camino, y esta vez la recomendación venía dada por uno de la propia aldea, – Lahich, “Súper”- dijo. Y es que si de algo me he dado cuenta en este viaje, es que “súper” es una palabra súper poderosa, valga la redundancia, pues: si, no, bien o mal, en cada idioma se dice de una manera diferente, pero “súper” es igual en todos los países, Al menos en todos los que he visitado. Por lo tanto muchas veces basta con pronunciar -¿Súper?- Para salir de dudas.
En cuanto les dije que me iba, todos salieron del bar para acompañarme hasta la furgoneta, fue entonces cuando me sentí cómo un famoso, todo el mundo quería fotos conmigo antes de mi marcha.
Llegué a Lahich casi anocheciendo, la carretera era un espectáculo para los ojos y aunque estaba nevada podía avanzar sin mayor problema. El sinuoso trazado estaba delimitado por una continua pared completamente vertical, y un río bastante caudaloso.
Al día siguiente visité Lahich, que a pesar de ser uno de los pueblos más turísticos de Azerbaiyán, al ser pleno invierno, debía ser el único turista. Lahich es conocido por ser uno de los primeros pueblos que se conoce con alcantarillado y sus numerosos artesanos de cobre. Sus calles empedradas llenas de artesanos trabajando el cobre a pie de calle debe ser una imagen pintoresca, pero al ser invierno, no lo pude ver en su pleno apogeo.
Los locales me dijeron que recientemente habían hecho una carretera por la que podía llegar a Pirqulu, otro pueblo de alta montaña que cuenta con un observatorio que tenia ganas de visitar. Eché un vistazo al mapa y la carretera que tenia ante mis ojos no salía, así que realmente debía ser muy nueva, porque además, estaba en un estado excelente.
Empecé a recorrer la carretera hasta que empezaron a aparecer las primeras placas de hielo que era incapaz de sortear sin cadenas, así que tras recorrer unos cuantos kilómetros quitando y poniendo cadenas cada pocos metros, llegó el final de la carretera, había tanta nieve acumulada que era imposible seguir por aquella vía, así que no me quedó mas remedio que deshacer el camino, poniendo y quitando cadenas unas cuantas veces más. Poco a poco me iría dando cuenta de que aparte de haber muy pocos quitanieves, en este país no echan sal en las carreteras, por lo que la acumulación de nieve y hielo es bastante común.
Tras una larga jornada de conducción pasé de las altas montañas del Cáucaso al desierto cercano a Bakú. En ese desierto intenté desempolvar mi bici sin mucho éxito. Monté mi bici y subí empujando esperando poder disfrutar de la bajada, pero cuando estuve casi en la cumbre se levantó un viento terrible. Creo que nunca en mi vida había sentido miedo por el viento y es que literalmente el viento me llevaba, ponerme el casco y bajar se convirtió en una autentica odisea.
Finalmente tocaba llegar a Bakú. pero Bakú es cosa de otro capítulo.
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