Tras pasar la frontera tenía una euforia terrible, haber pasado más de 24h en una frontera sucia y hostil, se me hizo un poco cuesta arriba. Pero por fin ya estaba dentro y con una sonrisa de oreja a oreja.
El cambio de frontera no tardó en verse y creo que al ser mi primera vez en un país musulmán, todo me sorprendió más de lo normal, como por ejemplo la cantidad de gente por todas partes o la cantidad de minaretes que ves mientras conduces, aunque pensándolo bien, un turco que vaya por españa, pensará lo mismo de los campanarios.
Mi primer destino era Estambul, pero antes quería ordenar la furgo y darme una ducha, así que cerca de Silivri encontré un park4night bastante acogedor y para allí fui. Mientras ordenaba la furgo, tuve la compañía de un pastor turco, no nos entendíamos en absoluto, pero el miraba con gran detenimiento como jugaba al tetris con mi furgo.
Al día siguiente llegué a Estambul y ya os adelantó que es una ciudad monstruosa, nunca antes había estado en una ciudad tan grande y es que desde que entre en la ciudad hasta que aparqué conduje cerca de 50km. La suerte es que encontré un parking en el centro por 20 liras al día, unos 3,5€, baratísimo.
Estuve casi 7 días en Estambul y a parte de probar, la famosa hamburguesa mojada, kebab y hummus, probé un dulce típico que haría que el resto de dulces del mundo me supiesen a poco: El Baklava.
Me perdí por sus calles, recorrí entero el Gran Bazar, visité el antiguo café de viajeros «pudding shop» y me aficione al çay (té). Durante esos días conocí a una pareja de británicos, Nurcan y Kevin, que se dedican a organizar viajes en autocaravana. Compartimos un par de días por la ciudad, hablamos de viajes… en definitiva, hicimos buenas migas.
Sin duda estambul se ha ganado un espacio en mi corazón.
Volveré.
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